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  • Writer's pictureMaria José N. Magallanes

Responsable de mis sentimientos

Desde que tengo memoria dentro de mi núcleo estuve en contacto directo con mis emociones, es decir, su procedencia y repercusiones. Todo empezó gracias a los constantes disgustos entre mis papás; existían discusiones por todo: desde problemas maritales hasta problemas ocasionados por mi culpa al no terminarme el plato entero de comida.


La única desventaja de estos problemas hasta la fecha, es que regularmente suelen involucrar a más participantes de los debidos, o sea, a mí. La historia de mis padres como deben intuir, llegó claramente a lo inevitable: su separación, que irónicamente fue la mejor decisión para todos; o al menos para mí, sí lo fue.


Una vez aclarado el contexto de mi vida pasada, que seguramente no es de su interés, pero decidí hacer un pequeño autoanálisis para así poder resaltar la importancia personal que le doy a la acción de hacernos responsables de lo que sentimos.

Como mencioné anteriormente, al estar rodeada de estas situaciones me hizo ser más consciente de dos cosas súper importantes:


1) aprendí a reconocer cada forma, color, sabor y textura en las que se forman mis emociones y

2) gracias a este auto-reconocimiento logré hacer algo al respecto y no dejar que estos me arrastraran como huracán. Al menos eso intento.


Debo confesar que me entristece profundamente el tabú alrededor de la salud emocional, el de ser coherentes con lo que sentimos. Me impresiona la cantidad de historias que conozco donde las personas entre más ajenas, mejor. No solo estoy hablando de relaciones románticas, creo que la ausencia de vulnerabilidad se representa en cualquier tipo de relación sentimental e interpersonal.


Ahorita me encuentro atrapada en una relación con mi entorno donde la triste realidad es que estoy evitando sentir, porque pues como todos, tengo miedo. Tengo miedo de aceptarme como persona vulnerable, no para el mundo sino para mí, lo cual lo hace tres mil veces más aterrador. Me preocupa confrontar mis tristezas, traumas y, sobretodo, inseguridades.


Hace un año que tengo el miedo más grande que he sentido, me siento vulnerable y terriblemente insegura. Siempre he tenido este delirio de sentirme como un kleenex: bonito pero desechable. Desde muy pequeña me siento así, quizás tiene que ver con mis problemas al soltar gente porque me aterra la idea del abandono desde que mi papá se fue y así consecutivamente.


Hace un año me tocó vivir una de las experiencias más fuertes a lo largo de estos veinticuatro años de vida que jamás terminaré de entender. Todavía siento un poco de frustración ante la situación de perder a la única persona que me hizo pensar y sentir segura de mí, que valgo la pena por lo que soy y sostengo, el único ser humano que me incitaba a querer compartir mi vida por siempre con él.


Mentiría si dijera que este suceso no me ha traído cosas sorprendentemente buenas, por ejemplo, ser consciente de mis sentimientos y del trabajo que estos requieren. Saber que bloqueándolos, haciéndolos pequeños o ignorándolos al final del día solo se convierten en una bomba de tiempo, una bomba que explotará afectando a tu alrededor pero, sobretodo, a ti.


Es cierto que hay distintos tipos de miedos, pero el que percibo últimamente es aquel que nos paraliza, nos aleja, nos hace fríos con otros y a la vez nos llena de soledad.

Esperar no sentir miedo es imposible, lo sé, lo vivo todos los días; pero a su vez, estoy muy consciente que requiere mucho amor propio, ganas de sanar y quizás (lo más probable) ayuda externa para contrarrestar el miedo que paraliza, que hace que nuestras inseguridades nos carcoman y tengamos pensamientos negativos.


Es cierto que asumirnos como personas vulnerables nos hace sentir desprotegidos, pero no debemos olvidar que el expresar nuestros sentimientos, no es indicio de debilidad, al contrario, se requiere mucha seguridad afrontarlos, externarlos y hacernos responsables de las consecuencias que éstos puedan tener.


No dejemos que el miedo nos paralice, no dejemos de sentir miedo al dolor, no nos alejemos de los que amamos, porque nos da miedo el abandono, la intimidad o quitarnos las máscaras. Al final del día, los fueguitos dentro de nosotros dejarán de quemar, solo tenemos que estar dispuestos a escucharnos.


Nos urge aprender a ser responsables de nuestros sentimientos.











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