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  • Writer's pictureMónica Bulnes

No Te Olvides De Mi

El otro día leí que las emociones duran en el cuerpo 90 segundos. Durante ese minuto y medio nuestro cerebro se echa su coctelito de químicos y nosotros decimos ouch o deli y luego pasa.


Cuando lo leí me sentí atacada personalmente. No me identifiqué con este dato ni tantito. Soy de las que llora en los restaurantes e incomoda a los meseros. De las que manejaba por todo Lopez Mateos en Guadalajara con The Winner Takes it All a todo volumen con lágrimas en los ojos. De las que se desmorona con sus amigas en un mar de llanto, con sonidito y temblorina y todo. Tengo playlists y películas para llorar. De cierta manera, pensé que ser tan chillona significaba tener muchísimo contacto conmigo misma. Aprender esto fue uno de tantos momentos en mis veintes en los que me doy cuenta de que no tengo idea de nada.


Después de mi última ruptura amorosa lloré 19 días seguiditos. Día y noche, empezaba y terminaba mis días con una neblina de tristeza pensando ¿cuándo dejaré de llorar? A cada rato me cachaba acostada en mi cama viendo el techo recordando y reviviendo a flor de piel los mejores y peores momentos de ese romance tan efímero; todas las primeras veces, atardeceres en la playa, las confesiones y las discusiones. Me subía al carro y ponía la canción que estaba escuchando cuando descubrí que me estaba enamorando. Lo extrañaba y me ponía su camiseta para dormir. Veía sus toppers en el refri y mi día entero estaba arruinado.


Las emociones en mi cuerpo no duraban 90 segundos. Yo me las tatuaba. Les ponía la película en mi cabeza de lo mágico que fueron esos meses y lo doloroso que era vivir en el presente. Era la definición de ponerle sal a la herida. Y con el paso del tiempo y con algunas sesiones de terapia comenzó el baile de Lo Quiero Olvidar Pero No Lo Quiero Olvidar.


Recientemente estaba sentada con mis comadres echándonos unas chelas y hablando del amor. Yo expresé mi desesperación por querer salir adelante de este duelo, de mis ganas de conocer a alguien y por fin tener el amor que me merezco. Una de mis amigas dijo que para que eso sucediera tenía que hacerle espacio. Que si me estaba tomando una cerveza, pero se me antojaba una margarita, tenía que dejar de tomar chela para hacerle espacio a la margarita. Esa metáfora hacía más sentido en ese momento, ahora ya la siento medio confusa, pero pues tampoco tengo 5 pacíficos encima mientras redacto esto.


Tiene razón. Solo que, por más que mi cabeza entiende lo que debe de hacer, hay una parte de mí que siente demasiada tristeza cada vez que pienso en olvidar. Aún más difícil, me parte el alma pensar que él se olvide de mí y me vuelvo a aferrar a los recuerdos. Así fue como convertí 90 segundos en 90 días.


El olvido me da tristeza, pero conforme pasaron los días, yo seguía viviendo en un loop infinito de “estoy triste porque me cuento una historia triste protagonizada por mí misma, y estoy triste entonces me cuento una historia triste protagonizada por mí misma”, me di más tristeza yo.


Quisiese poder decir que lo más difícil fue hacerlo consciente pero no pudiese, chica. Realmente lo difícil ha sido tomar la decisión todos los días de dejar de ponerle play a la película en mi cabeza, de dejar de escuchar las canciones que detonan los recuerdos.


Lo difícil y desgarrador ha sido deshacerme de sus cosas y recordarme a mí misma que ya se fue y que no va a regresar. Permitirme sentir y darme cuenta que su ausencia se siente cada vez más pequeña y que quizás algún día hasta desaparezca. Y cuando desaparezca y nos olvidemos, por más doloroso que parezca ahorita, cierro los ojos, respiro y cuento hasta 100.


Denme 90 segundos. Ahorita se me pasa.




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