top of page
  • Writer's pictureMónica Bulnes

No, gracias


¿Ubican el sentimiento del primer día de trabajo después de la graduación universitaria? ¿Ese sentimiento de alivio por al fin tener chamba, combinado con la preocupación de no dar el ancho y la ansiedad social? El momento en el que te dan tu primera responsabilidad y piensas: “¿Cómo se atreven a soltarme una tarea así? Soy solo una niña”.


Hoy cumplí seis meses en mi chamba y la verdad es que me sigo sintiendo como un bebé vestido de adulto como en los Rugrats cuando los bebés se pararon uno encima del otro y se pusieron una gabardina para esconderse.


Diario llego a mi depa después de tachar listas de pendientes interminables, aviento las llaves en la mesa, me quito los zapatos y me pregunto: “¿cuándo me iré a sentir segura de mí misma en el trabajo?” Una vocecita en mi cabeza me recuerda del sentimiento de insuficiencia con el que he cargado toda mi vida. Siento cómo mis pies se quieren hundir. No le hago caso. Hoy no. Pero sigue ahí el sentimiento y la arena en el piso.


Es un momento mágico cuando empiezas a ver resultados en la chamba. Hoy fue uno de esos días. No siempre se dan cuenta los adultos de verdad y los boomers no son buenos para felicitar. Muchas veces el esfuerzo pasa desapercibido. Es más común que señalen tus errores a que celebren los aciertos. Aún así, me paro frente al espejo diario y me repito que soy suficiente.


Me contrataron porque soy suficientemente buena. Me va a ir bien porque soy suficientemente trabajadora. Debo alzar mi voz porque soy suficientemente inteligente. Me lo repito a cada rato esperando que chance y un día me despierte y sea verdad, o mínimo que me la crea yo.


Y es que sí, mucho de esto es inseguridad mía. Crecí con la autoestima baja. Pero, por otro lado, está cabrón. Ser mujer y la más joven de una empresa significa tener que estar justificando las decisiones que tomo todos los días; justificar mi criterio, ser paciente cuando me interrumpen en una junta, y hacer la nota mental que a la siguiente no voy a permitir que lo vuelvan a hacer porque lo que estoy diciendo es importante y es útil. Es acostarme sintiéndome derrotada y volver a levantarme al día siguiente y repetir el mantra frente al espejo porque nos tocó vivir en la época del echaleganismo.


Y eso solo es en el trabajo. Agrégale las tareas del hogar, los trastes sucios y el SAT. Agrégale el escaneo diario que hago de mi cuerpo, estirando para atrás las lonjitas que quisiera que desaparecieran. Agrégale llegar a una primera cita y pensar que el Tinder match está mucho más guapo que yo. Qué ojalá no se dé cuenta del grano que me está saliendo o que estoy hinchada y me aprietan los jeans. Sentir que me gusta y desear con todo tu corazón gustarle también. Mentalizarme para aparentar que me siento la más perrita de todo Cabo San Lucas mientras manejo a la segunda o tercera cita. Soltar el cuerpo y decir “tal vez sí lo soy” después de la cuarta o quinta.


A estas alturas sé cuándo le estoy dando el poder a todo el mundo de decidir si soy suficientemente buena, en vez de dármelo yo misma. Se lo doy a mi jefe, a mis papás, al match, al jardinero y al vecino. Es como si les entregara todos mis superpoderes con la esperanza de que me den una palmada en la espalda y me digan “vas bien, mija” o “eres increíble” aunque muy en el fondo sospecho que voy bien y que chance y si soy increíble.

Solo que se me olvida.


Hoy me acordé. Estaba sentada frente al hombre con el que tenía más de un mes saliendo en un sushi en San José del Cabo. Este hombre y yo ya nos habíamos agarrado de la mano. Ya nos habíamos visto a los ojos y ya nos habíamos contado todos nuestros secretos. Fue en esta cita número 12 o 13 que decidió compartirme que llevaba todo este tiempo saliendo con otra morra al mismo tiempo que conmigo. Se movió el piso.


Les digo... por un lado es inseguridad mía, pero por otro lado está cabrón.


El vato que Dios me lo bendiga tenía la esperanza de que no tuviera problema con que saliera con las dos al mismo tiempo. Porque “teníamos una conexión” y no me quiere lastimar y no me quiere perder. Comenzaron a desaparecer mis pies. Y regresó la vocecita a mi cabeza que me dijo que si yo o nuestra conexión fuera suficiente me escogería a mí. Ni siquiera estaríamos teniendo esta conversación. Y aunque sentía que estaba parada en la arena movediza de la insuficiencia, las palabras que salieron de mi boca eran de una persona que se amaba y tenía cero tolerancia para este tipo de chingaderas.


Porque le dije que sí tenía un problema con que saliera con alguien más y que sí tenía un problema que no me había dicho y que no quiero ser su amiga, y que me merezco que me traten mejor. Le dije que no, gracias. Lo dije con tanta seguridad que debe ser cierto. Lo dije con tanta calma que de verdad lo debí de creer y me despedí tan convencida que aunque sentía que se hundían mis piernas, éstas reaccionaron y comencé a caminar a la orilla de las arenas que están tan acostumbradas a ahogarme.


Manejé con una abolladura tremenda en el corazón de San José a San Lucas. Manejé luchando contra las voces que me decían que esto sucedió porque no fui suficiente. Manejé con las manos firmes en el volante, aferrada a mí misma, al amor que me tengo, al trabajo que he hecho, a mi crecimiento personal con la música a todo volumen—. Aferrada a la tierra firme en la que soy todo lo que llevo meses diciéndome que soy, pero por fin creyéndome.


Soy suficiente.








404 views0 comments

Recent Posts

See All

Comments


bottom of page