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  • Writer's pictureMónica Bulnes

Buceando

Recientemente desbloqueé un nivel de adultez que no sabía que existía. Pensé que el gran momento sería recoger mi diploma o empacar mi depa. No me esperaba que me pegara a las 2 de la mañana con una chilladera estilo crisis de la prepa. No me imaginaba que fuera en casa de mis papás. Pero así llegue a este nuevo nivel.


Me agarró desprevenida porque soy millenial y a veces pienso que ya lo se todo y me sorprendió las ganas que tenia de un abrazo de mi mama. Descendí a otro nivel de soledad. Un nivel nuevo, mas profundo en el que viene con despedirte de amigos y familia para emprender una etapa nueva de la vida. El que viene con cajas y cinta canela e insomnio.


El que viene con no volver a ese rincón en el mundo que encontré y del que me adueñé. El que decoré con suculentas que se me morían al mes, amigas para toda la vida, lucecitas de tumblr. Por cuatro años sentí que había encontrado mi lugar en el mundo. Y era importante porque yo era de las que nunca se sintieron en casa. Vivía por el cliché que es sentir que no pertenezco. Me siento muy orgullosa de ese espacio.


No siempre he sido buena para estar sola. Me hice buena. Porque muchas veces he estado sola. Llegué a un punto en el que le tuve que dar la cara, no solo a todo lo que sentía sino también a mi realidad. La realidad que era despertarme sola, tomar cafe, hacer mi día y acostarme sola. Muchas veces sin mensajes de buenos días o buenas noches. Muchas veces muy contenta. Muchas veces muy triste. No me quedaba de otra mas que verme al espejo mientras me lavaba los dientes y abrazarla. Esa soledad tan culera y tan bonita. Fue duro, desgarrador y sanador. Todo al mismo tiempo. Pero muy real y lo más valioso es que desde ese entonces, me siento muy tranquila. Esa fue la primera vez que me sumergí y comencé a bucear.


Este nivel, el nuevo, es diferente. Siento que estoy buceando a una profundidad nueva de soledad. Me veo con una linterna descubriendo la inmensidad de este sentimiento, lo oscuro que puede llegar a ser. Y no pasa nada, se ajustan las pupilas y aprende uno a nadar donde sea. Solo me estoy tomando un momento para sentirla y conocerla porque es nueva y me da miedo.


Me sentía muy juntita de mis amigas pero poco a poco cada una comenzó a tomar decisiones que nos separarían. Me sentía muy cómoda en mi depa y ya lo empaqué. Me despedí de mi perro y siento el hueco. Me di cuenta que el lugar que ocupo en mi familia (o mi familia en mí, todavía no sé) cambió. Porque muy de la nada parece que mis papás me tienen que volver a conocer y la sorpresa, increíblemente dolorosa, es que puede que ya no les caiga tan bien.


Resulta que ya no soy la misma que se salió de la casa a los 18.

Se siente otra vez como en la secundaria cuando veía que todos tenían amigos, pero ahora ya no estoy en un salón de clases sino en el comedor con mi familia. Y como todo ser humano, vivo por la aprobación de mis papás. Busco que validen mi existencia todo el tiempo. Me entró la duda de cómo le voy a hacer para sentirme orgullosa de mí misma a pesar de que existe la posibilidad de que ellos no lo estén. Ahora sí, estoy nadando en lo más oscuro.


Pero resulta que me tengo a mí misma. Y resulta que ahí van a seguir mis amigas a un WhatsApp de distancia. Encontraré donde vivir y pronto recogeré y viviré de nuevo con mi perro. Mis papás también ahí van a estar. Pero, qué miedo que cambie todo, ¿no? Qué miedo acostumbrarme a esta soledad tan nueva. Pero, hay que hacerlo, porque ahí es donde voy a crecer.


He descubierto que escuchándome a mí misma, conociéndome y haciéndome caso, actúo desde el famoso amor propio. Es nuevo para mí, me odié toda la adolescencia.

Ya me caigo bien, hasta me quiero y ese nivel de consciencia se convirtió en una parte favorita de mí. Me da más miedo perderla que estar sola. Por eso me animo a explorar este nuevo sentimiento de soledad que a veces se siente muy rico y a veces me hace llorar. Así es esto, no se puede sentir uno sin el otro.


Escribo esto a unos cuantos días de empacar mis chivas y pegar fuga al viejo mundo. Hay un internship y un huevito de departamento esperándome en Florencia y no voy a mentir, estoy muy emocionada. No solo es la oportunidad más increíble, sino que siento que algo más me espera allá. No sé qué es. Se siente ominoso y grande y un poco espectacular.


Voy a viajar sola y comer sola y caminar sola y estar, ahora sí, sola.

Y aunque siento miedo, no me paraliza.










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