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  • Writer's pictureMaria José N. Magallanes

Aprendamos a tener empatía

Recuerdo estar teniendo una pesadilla donde forcejeaba con alguien, no tengo imagen clara de quien se trataba, solo recuerdo estar luchando desesperadamente por zafarme de sus manos que me sostenían de manera hiriente; era un sueño muy vívido.


Jamás olvidaré esa angustia que me producía no poder escapar. Recuerdo entre abrir mis ojos y sentir esta confusión que sucede cuando se está más dormido que despierto.

Vi su cara. Su gesto era distinto, un tanto distorsionado; en vez de tener su aspecto gentil de siempre, tenía un rostro salvaje, animal, incluso recuerdo ver un poco de rabia en sus ojos.


Al bajar un poco más la mirada percibí cómo se bajaba el pantalón desesperadamente, como si estuviera a contratiempo. Al bajar un poco más mí mirada, caí en cuenta que el mío ya estaba a la altura de mis rodillas.


Todo pasó muy rápido. Aunque cada vez que repaso esta imagen en mi cabeza, lo sienta muy lento. Sin duda alguna es la negación ante la situación. Me resulta muy impactante. Hay días en los que sueño esa cara que me miró fijamente con desprecio, que me sostuvo con fuerza de la cadera para voltearme boca abajo mientras me empujaba hacía el suelo. Todavía me siento inmovilizada, sin poder hacer nada más que culparme y darme cuenta de que ya es demasiado tarde.


En el 2017 conocí a una persona que en su momento jamás creí recordarle como lo hago ahora. En ocasiones lo comparo a una cicatriz en el cuerpo, que con el tiempo dejas de prestarle atención, pero al final del día es algo que se queda contigo para siempre.


Sucedió el primer puente del año dos mil diecisiete. Yo decidí viajar a la Ciudad de México porque quería visitar a esa persona que me ilusionaba en su momento. Llegué un viernes temprano y el mismo día emprendimos camino hacia Tepoztlán.


Recuerdo ese primer día de reencuentro como algo muy cálido, hicimos todo lo que este lugar requiere: desde subir a la cima de la pirámide o reserva arqueológica hasta aventurarnos en un bar con balcón para aprovechar hasta los últimos minutos de nuestro día. Recuerdo mucho el sentimiento de seguridad que me brindaba.


Recuerdo lo increíble que me resultaba esa persona.


Desde ese entonces no lo he hablado mucho. Para ser sincera, recientemente fue la primera vez que lo mencioné. Estaba en mi carro y un chico con el que salía en su momento me hizo una simple pregunta a la cual contesté que mi peor experiencia sexual había sido cuando abusaron de mí.


Después de decirlo, me cayeron demasiados golpes de realidad en cuestión de segundos. El más fuerte, para mí, es la realización de esa tarde, de caer en cuenta que todos estos años lo he bloqueado y que mí cabeza necesitaba reconciliarse con ese suceso porque sin darme cuenta, desde ese día hasta hoy, he tenido cambios radicales en mí persona y mí forma de relacionarme.


En mi blog pasado mencioné la importancia de hacernos cargo de nuestras emociones por más delicadas que estas sean con el objetivo de procurar nuestro bienestar mental; aunque en esta ocasión me gustaría darle un enfoque distinto.


Si alguna vez les toca ser la persona a la cual les confiesan, se acercan o se enteran por cualquier razón de que esta persona frente a ustedes pasó por situaciones de trauma fuerte, antes que cualquier cosa, de verdad, escúchenles, abrácenles y sobre todo bríndeles espacios donde en vez de seguir cargando con esa losa, se les es permitido dejarla caer un poco.


Con todo esto quiero decir que a este mundo le urge empatía, le urge que veamos a los otros como un reflejo y no lo contrario; que nos cuidemos y procuremos, pero, lo más importante, que antes de juzgarnos busquemos escucharnos y entendernos.


P.D

La foto de portada fue tomada ese día.



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